Hace ya más de sesenta años el biólogo marino ruso Mikail E. Vinogradov planteó una hipótesis que hoy cobra actualidad. Consideraba que los animales que se alimentan en las capas productivas superiores de los océanos durante la noche migran a capas más profundas durante el día. Lo hacen transfiriendo energía y materia orgánica a las poblaciones meso y batipélagicas, situadas en los niveles más profundos de sus aguas. El experto bautizó a este proceso como la «escalera de las migraciones» del océano.
Un estudio liderado por el científico de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria Santiago Hernández-León, y basado en datos de la Expedición Malaspina, ha descubierto en 2020 que esa fauna migrante es mucho más numerosa de lo que se creía hasta ahora y que, por tanto, su papel en la captura de carbono procedente de la atmósfera, para su posterior transporte a las profundidades del océano, es «relevante». Este proceso de transferencia de carbono atmosférico hacia la profundidad del mar está, como aseguran, contribuyendo a paliar el cambio climático.
Esta investigación, que ha contado la participación del investigador del centro tecnológico vasco Azti de Pasiaa Xabier Irigoien, ha permitido, además, cuantificar por primera vez la biomasa de zooplancton.
Así lo asegura Irigoien, quien añade que se ha cuantificado dicha biomasa desde la superficie hasta los 3.000 o 4.000 metros de profundidad. «Este hito nos ha permitido estimar el flujo activo de carbono. Los datos obtenidos durante la expedición revelan que la biomasa de animales en el océano profundo es muy superior a la estimada hasta ahora. El aumento de la productividad primaria conduce a una mayor biomasa de zooplancton en aguas profundas y, por lo tanto, a la transferencia de carbono orgánico a la zona batipelágica, lo que fomenta la captura de carbono durante cientos de años en el océano», asegura Irigoien.
La investigación, publicada en la revista especializada Nature Communications, servirá para «reconsiderar el papel de la fauna marina en el secuestro de carbono y, por tanto, en la mitigación del cambio climático». Esto se produce debido a que el dióxido de carbono fijado por la fotosíntesis en la superficie del océano se sedimenta a profundidades por debajo de 1.000 metros de profundidad, donde permanece secuestrado durante cientos de años.
«Este carbono se puede sedimentar de forma pasiva, a causa de la gravedad, o bien de forma activa, mediante migraciones verticales de animales (pequeños crustáceos, peces y cefalópodos), que se alimentan por la noche en capas más superficiales y se refugian en capas más profundas durante el día, promoviendo el denominado flujo activo. Estas migraciones están contribuyendo a regular el cambio climático», precisa el experto, para concluir indicando que «una vez, más descubrimos que sabemos menos de lo que hay a dos o tres kilómetros de nosotros que de lo que hay en la luna».