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Fernando Chica: «El coronavirus ha fustigado el trabajo diario de los pescadores de manera abrumadora» (Discurso completo)

noviembre 22, 2020
en Opinión
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Fernando Chica: «El coronavirus ha fustigado el trabajo diario de los pescadores de manera abrumadora» (Discurso completo)
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El Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA, el español Fernando Chica, ha asegurado que con el coronavirus «la economía mundial sufrió un impacto negativo con duras e inesperadas consecuencias para la industria pesquera. El sector íctico se ha visto perjudicado, no solo por las numerosas trabas que han afectado a la pesca, sino también por los problemas que han aquejado a la cadena de distribución y el cierre de los distintos comercios que clasificaban las capturas».

En la clausura esta mañana el evento organizado por la FAO y el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ante la Jornada Mundial de la Pesca que se celebra hoy, Chica Arellano ha indicado que «los pescadores están acostumbrados a afrontar situaciones de imprevisibilidad provocadas por el cambio brusco del tiempo, los temporales y mares agitados, etc. Sin embargo, el coronavirus ha fustigado el trabajo diario de los pescadores de manera abrumadora, con una multitud ingente de trabajadores del mar que ha perdido la única fuente de ingresos que tenía su familia».

Esta situación ha tenido «resultados nefastos en los hogares, como el abandono forzoso de la escuela por parte de los hijos, la falta de recursos para comprar medicamentos u otros productos de primera necesidad, deudas abultadas o la imposibilidad de devolver préstamos. Muchos otros pescadores han permanecido varados con motivo del cierre de los puertos, con miedo de contagiarse porque siempre trabajan en espacios reducidos sin poder mantener la distancia requerida. Los menos afortunados han recibido una precipitada sepultura, en el extremo perdido de un mar que les ofrecería un futuro mejor y, sin embargo, ha acabado con todos sus sueños».

 

DISCURSO COMPLETO

Señor Director General de la FAO,
Eminencia,
Señores Representantes Permanentes acreditados ante el polo romano de la ONU,
Distinguidos relatores,
Señoras y Señores,
Amigos todos que dais seguimiento a este encuentro a través de la red:

Vaya para todos mi saludo más distinguido y cordial al clausurar este evento, que ha ambicionado centrar la atención de la comunidad internacional sobre el sector íctico. Un sector no exento de problemas, pero también rico en retos y esperanzas. Todas las cualificadas intervenciones que hemos escuchado han servido para que esta Jornada Mundial de la Pesca 2020 no pase desapercibida, sino que otorgue la justa relevancia a tantas entidades estatales, empresas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, instituciones, asociaciones y personas como forjan su vida, elaboran sus proyectos y despliegan sus anhelos en contacto con la mar.

Quisiera sumarme al Cardenal Peter K. A. Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y al Director General de la FAO, Dr. Qu Dongyu, para presentar mis más sinceras felicitaciones a la Stella Maris, que ha cumplido cien años de fecunda actividad; a la FAO, en su 75º aniversario de fundación; y a todo el personal del Programa Mundial de Alimentos, cuyo gozo compartimos por la concesión del Premio Nobel de la Paz del presente año. Son tres organizaciones diferentes que, sin embargo, están comprometidas en objetivos comunes, como mejorar la vida humana y laboral de los pescadores y sus familias, cuidar los océanos que son fuente de vida y esperanza para millones de personas, contribuir a lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, sin descuidar los arduos desafíos que plantean el cambio climático y otras emergencias como la creada por la actual crisis sanitaria mundial, a causa de la difusión mortífera del coronavirus.

Para alcanzar estos propósitos es necesario más que nunca tomar decisiones y formular planteamientos que ubiquen la persona y su dignidad en el centro de nuestras actividades, sostenidos siempre por «una mirada que vaya más allá de lo inmediato» (cfr. Laudato si’, 36), más allá de «un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio individual» (Ibíd., 159).

Este año la celebración de esta Jornada Mundial de la Pesca ha querido hacerse eco, por boca de sus protagonistas, de las aspiraciones y penurias a las que se enfrentan frecuentemente para mantener a sus familias quienes se dedican al sector pesquero. No son relatos ficticios ni simples abstracciones. Estamos ante historias tristes y reales, que a menudo se vuelven un drama cotidiano, con dolorosas vicisitudes que se repiten en todas las latitudes y longitudes del mundo.

Después de que el pasado mes de marzo la Organización Mundial de la Salud declarara la Covid-19 como pandemia, y a raíz de la aplicación de diversas políticas por parte de los gobiernos nacionales para evitar la inexorable propagación del virus, la economía mundial sufrió un impacto negativo con duras e inesperadas consecuencias para la industria pesquera. El sector íctico se ha visto perjudicado, no solo por las numerosas trabas que han afectado a la pesca, sino también por los problemas que han aquejado a la cadena de distribución y el cierre de los distintos comercios que clasificaban las capturas.

Los pescadores están acostumbrados a afrontar situaciones de imprevisibilidad provocadas por el cambio brusco del tiempo, los temporales y mares agitados, etc. Sin embargo, el coronavirus ha fustigado el trabajo diario de los pescadores de manera abrumadora, con una multitud ingente de trabajadores del mar que ha perdido la única fuente de ingresos que tenía su familia. Esto ha tenido resultados nefastos en los hogares, como el abandono forzoso de la escuela por parte de los hijos, la falta de recursos para comprar medicamentos u otros productos de primera necesidad, deudas abultadas o la imposibilidad de devolver préstamos. Muchos otros pescadores han permanecido varados con motivo del cierre de los puertos, con miedo de contagiarse porque siempre trabajan en espacios reducidos sin poder mantener la distancia requerida. Los menos afortunados han recibido una precipitada sepultura, en el extremo perdido de un mar que les ofrecería un futuro mejor y, sin embargo, ha acabado con todos sus sueños.

La Iglesia católica y la Santa Sede conocen bien de cerca estas adversidades y tantas otras como tienen que encarar los marineros y sus familias. Para salir al encuentro de las mismas surgió el Apostolado del Mar, al que por doquier se llamó “Stella Maris”, un nombre tradicional usado para referirse a Nuestra Señora como la estrella polar que nos guía a Cristo y que tan intensa y reiterada devoción suscita entre las gentes del mar, sobre todo en su advocación de la Virgen del Carmen, “Estrella de los mares”.

Esta iniciativa eclesial lleva trabajando incansablemente durante un siglo, procurando el bienestar pastoral, social y material de todos los marineros y pescadores, independientemente de su color, raza, condición social o credo. Desde sus primeros años, gestionó grandes albergues de marinos en las principales ciudades portuarias, como zonas de encuentro y ayuda, para que los trabajadores del mar pudieran quedarse mientras sus barcos estaban en el puerto varias semanas. Un sinfín de voluntarios han cuidado con esmero y han brindado hospitalidad y cercanía fraterna a la gente de mar. Posteriormente, a causa de los cambios en la tecnología, las tripulaciones se hicieron más pequeñas y pasaron menos tiempo en el puerto, lo que resultó en una menor necesidad de albergues, por lo que la mayor parte del contacto ahora se realiza a través de visitas a los barcos y centros de acogida.

En un mundo globalizado, de esta y otras formas, la Iglesia es sembradora de solidaridad y abanderada de la tutela y el respeto por los derechos fundamentales de las gentes del mar, que con tanta frecuencia se ven amenazadas por nuevas formas de esclavitud y explotación. Ella sabe que, si queremos que los Objetivos de Desarrollo Sostenible contenidos en la Agenda 2030 de las Naciones Unidas se cumplan, es imprescindible acoger a todos y que nadie se sienta postergado o descartado. No ignora tampoco que, ante las vejaciones que padecen muchos pescadores, es fundamental denunciar las injusticias. Para ello hay que construir alianzas que favorezcan el bien común, con nuevos estilos de pesca y comercialización de los productos recogidos en los mares y en los océanos sin que estos queden esquilmados o contaminados. Esto se hará feliz realidad si la avidez compulsiva de ganancias se sustituye por la sostenibilidad, sabiendo que el bien de las personas y el bien de la empresa no son polos enfrentados sino caminos convergentes. La indiferencia no puede ser la brújula que guíe nuestros pasos, tampoco el egoísmo o la rivalidad. La actual coyuntura de emergencia sanitaria global ha puesto de relieve sin ambages que nadie puede hacer frente solo a los problemas que actualmente nos atenazan. La solución no es el individualismo sino la conjunción de voluntades para zanjar la exclusión social y económica, emprendiendo iniciativas eficaces y concretas que socorran a quienes se encuentran golpeados por la marginación, con la certeza de que es más lo que nos une que lo que nos distancia.

A decir del Papa, estamos todos en la misma barca, «todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos» (Momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia presidido por el Santo Padre Francisco desde la Basílica de San Pedro, 27 de marzo de 2020).

Juntos, pues, hemos de sentir el dolor que experimentan los que se hallan en esos barcos pesqueros donde muchos se vieron enrolados de manera forzada o bajo engaños, malviviendo hacinados, careciendo de servicios higiénicos o médicos, viéndose explotados cruelmente durante años enteros, criminalizados y alejados de sus seres queridos, para llevar pescado barato al mercado, generando ganancias de las que solamente se benefician los armadores.

Juntos hemos de levantar nuestra voz contra esos barcos pesqueros en los que se lleva a cabo la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, que no respeta los ritmos naturales de las especies marinas, amenaza el futuro de los recursos pesqueros, merma la biodiversidad y lacera los medios de vida de quienes pescan legítimamente.

Juntos hemos de desenmascarar esos barcos pesqueros que se comprometen a salvaguardar ciertas especies marinas en la pesca, pero que menoscaban los derechos humanos y laborales de los pescadores, obligados a trabajar durante muchas horas seguidas y en una situación precaria.

Juntos hemos de unir fuerzas para que no haya barcos pesqueros que, con medios destructivos de pesca (cianuro, dinamita, etc.), devastan e hieren nuestra “casa común” que son los ríos y los océanos, agotando recursos naturales preciosos e hipotecando el porvenir de las nuevas generaciones.

Frente a estas tragedias, no podemos hacer caso omiso de ellas y volver la cara hacia el otro lado fingiendo que no existen. La Iglesia respalda a las instituciones internacionales para dar voz a los que se ven privados de ella y otorgar esperanza a los que, oprimidos por estas situaciones crónicas de injusticia e intimidación, se sienten olvidados, no creyendo ya que un cambio sea realmente posible en sus vidas y en las de sus familias.

Hoy todas las diferentes clases de pescadores nos piden que hagamos oír su voz, que les ayudemos a hacer valer sus derechos y a devolver la dignidad y el decoro a sus vidas, que con asiduidad son despreciadas e infravaloradas. Juntos debemos trabajar para que las injusticias y abusos en el mundo de la pesca, que lamentablemente no se han detenido en este trance de pandemia, puedan acabar de una vez por todas.

Pero no podemos pararnos en el elenco de las dificultades. Es de suma importancia evidenciar también los avances que se han dado en estas décadas en el sector íctico, con logros sustanciales que han dinamizado la economía de regiones altamente dependientes de la pesca, lo cual ha incidido directamente en el pujante desarrollo de otros relevantes sectores, como el de la industria auxiliar del sector naval o el de la transformación, conservación y comercialización de los productos pesqueros. Asimismo, en bastantes lugares, se agradece la mejora de las instalaciones portuarias, los astilleros y las empresas de reparación de buques. Hay que subrayar igualmente los progresos realizados en ámbitos tan significativos como el de los transportes de mercancías marítimas, la investigación marina o la formación de tripulaciones con notoria competencia profesional. Por otra parte, son muchas las convenciones e instrumentos internacionales que ya han sido ratificados por numerosos países, pero que no necesariamente se han puesto en práctica. Por este motivo, las autoridades gubernamentales han de redoblar sus esfuerzos para implementar las medidas ya estipuladas en aras de prevenir y combatir las diferentes formas de ilegalidad y prevaricación que enturbian y hacen peligrosas las aguas de todos los océanos. Ese es el camino que hay que seguir recorriendo con convicción y constancia.

Que nos ayude a conseguirlo Dios, al que el Santo Padre Francisco, en su última Encíclica Fratelli Tutti, se dirigió con estas palabras que abogan por un nuevo mundo, un mundo donde triunfe el respeto por todos, más allá de cualquier diferencia: “Señor y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal. Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz. Impúlsanos a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras. Que nuestro corazón se abra a todos los pueblos y naciones de la tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada uno, para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes, de esperanzas compartidas” (n. 287).

Muchas gracias.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

Etiquetas: industria pesqueraocéanospescapescadoressostenibilidadsustentabilidadTrabajadores marítimos

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